domingo, 29 de mayo de 2011

MARCIAL MARCIEL: HISTORIA DE UN CRIMINAL- Carmen Aristegui

Reconocida como la mujer periodista más importante de México, Carmen Aristegui recoge en este libro -para documentar la infamia del perverso Marcial Maciel- una colección de entrevistas que confirman su pertinaz celo reporteril. Años después de que la censuraron y reprimieron por sacar a la luz el tema, cuando los poderes de la publicidad, el dinero y la hipocresía de las malas conciencias trataron de ocultar los crímenes de pederastia del fundador de la Legión de Cristo, Aristegui exhibe hoy, como un oportuno desquite, el coro de voces que siguen clamando por esa justicia aún pendiente. 


Desde el papa Juan Pablo II hasta el actual pontífice cuando se llamaba Ratzinger, los altos mandatarios de la jerarquía eclesiástica son y han sido cómplices de este pecado social nunca asumido en su tiempo. Eso es lo que este libro muestra y demuestra merced a las charlas de Aristegui con víctimas y testigos justicieros. Un libro brutal. Un libro que agradecerán los lectores, sobre todo los católicos. 

 ¿Qué es “el caso Maciel”?

El periodista Miguel Ángel Granados Chapa, quien escribe el prólogo del libro, hace una interesante reseña:

“[...] Leyendo sus páginas se asiste a la mayor crisis de la Iglesia católica en el mundo contemporáneo, la de la pederastia clerical […]. Al revelar [Aristegui] el retrato del delincuente codicioso queda también al descubierto la naturaleza de la Legión, esa máquina de hacer dinero, cuyo patrimonio es una suerte de botín en disputa entre el Vaticano y los todavía no claramente frustrados herederos de Maciel (p. 15).

“¿Qué es ‘el caso Maciel’? Se trata de la doble vida del creador de la Legión de Cristo, que fue declarado modelo para la juventud por el papa Juan Pablo II […], cuando en los años cincuenta la noticia acerca del comportamiento perverso de Maciel había provocado una indignación sobre su conducta, emprendida por el Vaticano. De ella, sin embargo, quedó exonerado, no porque se le encontrara inocente de los cargos que se le imputaron, sino porque ya surtían efecto sus relaciones con la curia vaticana, alimentadas por la largueza con la que se conducía frente a ellos el ambiguo sacerdote, que procuraba proyectar una imagen de santa severidad y que era un dictador que imponía sus perversiones a quienes estaban obligados a callar y a los que hacía incurrir en pecados de los que el mismo pederasta los absolvía, y contra los cuales predicaba en sus homilías”, anota Granados Chapa (pp. 12-13).

A pesar de las  atrocidades en comento,  las víctimas de Maciel –escribe Granados Chapa– fueron “tildados de escandalosos, y sometidos al escarnio público que aumentaba el pesar que el abuso cometido en su contra les había generado.

“Maciel no fue nunca punido con la severidad que reclamaban sus inmorales conductas –la pederastia fue solo una de ellas–, pero perdió la imagen de santidad que lo aureolaba. Desde Roma misma, donde se le brindó apoyo e impunidad durante décadas, brotaron uno tras otro documentos que disminuyeron su poder y, finalmente, debieron admitir y condenar la doble vida de Maciel”, concluye el columnista  (p. 14).


Llamar a cuentas al más alto jerarca de la Iglesia católica: un paso impostergable

En la introducción del libro Marcial Maciel. Historia de un criminal, Carmen Aristegui hace un recorrido histórico, puntual e impecable, sobre el protervo perfil del fundador de los Legionarios de Cristo, así como de las redes de complicidades que le permitieron seguir cometiendo los dichos abusos:

“Joseph Ratzinger, como pocos en el Vaticano, ha tenido información directa, durante años, sobre las conductas criminales del fundador de los Legionarios de Cristo. Conoció lo que él mismo describió a principios de mayo como el sistema de relaciones que a Maciel ‘le permitió ser inatacable durante mucho tiempo’. Él sabe de primera mano de lo que está hablando. El caso Maciel, tan siniestro como prolongado, y otros ahora conocidos, coloca al pontífice en el delicado papel de juez y parte. Hoy como nunca, en los tiempos modernos, queda la puerta abierta para llamar a cuentas al más alto jerarca de la Iglesia. El desarrollo democrático de los países, los principios universales de los derechos humanos y la fuerza adquirida por las instancias de justicia internacional, hacen creíble la idea de que hoy por hoy se podría, y debería, enjuiciar a un sumo pontífice (p. 22).

“Hay otros hechos en los que se acusa a Joseph Ratzinger por encubrir y ocultar a sacerdotes que abusaron de niños y seminaristas. The New York Times ha documentado que Ratzinger, cuando era obispo de Munich, encabezó una reunión en enero de 1980, en la que se autorizó que un sacerdote pederasta, el padre Hullermann, fuera trasladado a la congregación de Essen en Alemania, en donde vuelve a tener contacto con otros niños. Pocos años después Hullermann es encontrado culpable de abusar sexualmente de menores en una parroquia de Bavaria. ¿Cómo responde hoy el pontífice de su propia conducta en aquellos años, eludiendo la justicia y la acción penal en contra del sacerdote?”, puntualiza Aristegui (p. 23).

Crisis en la Iglesia católica

Benedicto XVI, escribe la autora,  “vive una crisis de confianza y liderazgo sin precedentes, no sólo por los recientes escándalos de pederastia dentro de la Iglesia católica, sino por el fracaso para enfrentar los retos que el presente le impone a la humanidad y a la propia Iglesia (p. 23).

“El histórico comunicado del 1º de mayo de 2010 de Benedicto XVI –que significó la defenestración post mortem de Marcial Maciel– era trascendente no sólo porque reconocía las conductas execrables del fundador, sino que aceptaba de cierta manera la existencia de una red de silencio y complicidad que lo protegía: ‘Los comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales del padre Maciel, confirmados por testimonios incontestables, representan a veces auténticos delitos y revelan una vida carente de escrúpulos y de un verdadero sentimiento religioso […] El padre Maciel había sabido hábilmente crearse coartadas, ganarse la confianza, familiaridad y silencio de los que lo rodeaban y fortalecer su propio papel de fundador carismático’ (p. 19).

“Benedicto XVI terminó por caer en cuenta que una investigación seria sobre encubrimiento o complicidad lo haría topar con su propia figura y la de su antecesor, Juan Pablo II, quien resultó ser el más grande protector de Marcial Maciel (p. 20).

“La historia parecía haber terminado con la muerte del superior legionario en 2008, pero dio un vuelco y su caso tuvo un cambio cualitativo a la par de las condiciones que vive hoy la Iglesia en sus conjunto, sumida en una crisis de credibilidad por los escándalos revelados en distintas partes del mundo, y por un fenómeno de ‘encubrimiento masivo’, como lo llamara el ahora fiscal general de Massachusetts, Tomás Reilly. Esta expresión se refiere a la conducta institucional de la Iglesia católica al proteger a cientos de sacerdotes que habrían perpetrado abusos contra más de 1000 menores en la arquidiócesis de Boston desde 1940″, anota Aristegui.






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